domingo, 21 de marzo de 2010

Juegos

Con el tiempo uno descubre la amplitud, el océano, la sabana africana. Por supuesto, hay una vela diferente para cada mente, para cada ocasión y para cada discurso. Las hay rojas y azules, circulares o cuadradas, las hay sin olor alguno - para que el lector imagine y decida - o aquellas que desprenden la más dulce esencia del este, las hay verdes o amarillas, con una y mil mechas, las hay que no caben en el jardín de un rey aunque existen esas que entran en el bolsillo de cualquier americana de pana, y desde luego, las hay encendidas pero también apagadas.

La vela sin su fuego no es más que un astronauta sin escafandra, un músico sin su instrumento o, a lo sumo, un patrón sin marineros. Es triste. Pero no está más muerta que las que creen estar encendidas por portar una ligera y monótona llama que nunca soñará siquiera con cambiar el mundo. Cuando el rastro de cera carece del grosor característico de la pasión, cuando no hay altibajos ni montañas de cera en el suelo, precedidas y seguidas de curvas imposibles, si faltan los goteos que indican que en alguna ocasión se perdió el aliento pero nunca el fuego, o cuando una vela rechaza tocar el cielo al precio de morir rápidamente, entonces es que, tal vez, vendió su alma. Pero como dijo aquel genio, eso es algo que se descubre únicamente con el tiempo.




Ahora súbanse y disfruten el paseo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario